martes, 1 de septiembre de 2009

LA DISPERSIÓN

Aquellos que me conozcan, probablemente sepan que ese es mi mayor defecto. La dispersión. El tener durante el día y la noche la mente en funcionamiento, en busca de nuevas ideas y descabellados proyectos. Y casi nunca llevarlos a buen puerto. Desde luego, no es algo que me haga especial, ni superior, ni inferior a los mortales corrientes (que a veces detesto, a qué negarlo). Pero reconózcolo, es un asunto que a veces me abruma.
Por ello, un día, hace ya algún tiempo, abandoné mi amada caverna digital, bendito refugio, y salí a los caminos polvorientos en busca de respuestas. Caminé muchas leguas y ávido de información, como no podía ser de otra manera, interrogué a todos cuantos me salieron al paso. Así...visité pueblos montes y valles hasta que una de esas largas jornadas de marcha, ya cercano el ocaso del sol, arribé a una pequeña, hermosa y escondida aldea.
Allí vivía un anciano maestro, que ante mi ya desesperada situación prometió ayudarme. Y así fue. Al amanecer me condujo, con paso lento pero venerable, hasta un monte cercano. Según me relató el anciano, en él exitía un viejo templo donde, con total seguridad, encontraría las respuestas necesarias.
Osado como pocas veces lo he sido, le agradeci enormemente su ayuda y penetré en el santuario. Al cerrarse la pesada puerta a mis espaldas...la oscuridad me envolvió. Pero resuelto a conseguir por una vez mis propósitos avancé sin vacilar.
Arribado al ábside de la construcción, sucedió algo inesperado. Por obra de algún sortilegio o fuerza desconocida, una repentina y potente luz inundó el lugar. Y allí me vi...frente a un espejo que, naturalmente, reflejaba mi desencajado rostro...


B.R. MARTÍNEZ




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