jueves, 12 de noviembre de 2009

EL ARTE DE LA GUERRA

Una vez...mientras recorría las profundidades de mi Caverna Digital, me topé con un curuioso hallazgo. Un libro que sin duda debía ser muy antiguo...pues muchas de sus hojas habían adquirido un tinte amarillento. Su portada estaba arrancada...o quizás había sido un insulso alimento de alimañas, pero en el lomo pude adivinar su título. "El Arte de la Guerra" de Sun Tzu.
No recordaba haber adquirido jamás un libro semejante, y tampoco que alguien me lo hubiera obsequiado, así que supuse que debía haber pertenecido, quizás, a un anterior habitante de la Caverna. De hecho, no me sorprendió pues ya sabía que no era el primero que daba con sus huesos en tan pintoresco lugar. En más de una ocasión había notado extrañas sensaciones, pasos, alguna voz...que podrían invitar a pensar que en el aquel emplazamiento, en las entrañas del lugar, había sucedido algún luctuoso acontecimiento.
Pero no deseo desviarme de la historia. Volvamos al libro.
Devoré casi literalmente sus páginas...y revestido de un fanatismo ciego, salí a los caminos para poder hacer libremente uso de mi espada. Combatí con unos y otros, casi sin importarme el motivo. Deseaba ser más fuerte, más ágil, más osado...
Formé enormes ejércitos que me acompañaron en mis correrías...y los llevé a una muerte inexorable...en gran medida por mis deficiencias como general. Cuando veía a mis últimos hombres luchar entre ellos hasta morir...recordé una de las sentencias del libro, tan antiguo...y tan valido hoy en día:

"Cuando los generales son débiles y carecen de autoridad, cuando las órdenes no son claras, cuando oficiales y soldados no tienen solidez y las formaciones son anárquicas, se produce la revuelta".

Entonces cabalgué de vuelta a mi morada, mi añorada Caverna, sin detenerme, sin prestar atención al día o a la noche, al trueno o a la lluvia, reventando a las pobres monturas que iba adquiriendo por el camino...y arrasado completamente por las lágrimas...

Así, una mañana de noviembre, llegué de nuevo a mi "hogar". Entré en el como una exhalación dipuesto a coger aquel viejo ejemplar del "Arte de la Guerra" que tantos sufrimientos me había causado. Debía ser pasto de las llamas..tal como lo había sido mi espíritu...

Pero al tenerlo de nuevo entre mis trémulas manos...decidí echarle un postrer vistazo...y mi vista topó con otra sentencia que nunca debería haber olvidado:

"Mira por tus soldados como si miras por un recién nacido; así estarán dispuestos a seguirte hasta los valles más profundos; cuida de tus soldados como cuidas de tus bienamados hijos, y morirán gustosamente contigo".

Entonces comprendí...

Comprendí que la guerra es una parte fudamental de la existencia del ser humano...que las batallas no sólo se libran por territorios sino también por sentimientos y que los soldados no son únicamente quienes se pertrechan para el combate y parten hacia lejanos confines...

En ese momento...el libro se deslizó de entre mis torpes manos y golpeó el frío suelo. Y yo, sorprendido y angustiado como pocas veces...abandoné a la carrera aquella parte profunda y desconocida de mi Caverna Digital. Desde entonces..no he vuelto por allí.

Bien sabe el lector..que otros menesteres ocupan casi todo mi tiempo. Y si no..les emplazo a que lean mis anteriores reflexiones....

martes, 8 de septiembre de 2009

EL PESO DE LA PLUMA

Como decía León Felipe en alguno de sus versos, el peso de la pluma es terrible. Es abrumador.

Por fortuna,a mi no me ocurre como a él, que decía que detestaba escribir. No obstante sí soy desde hace tiempo, incluso antes de habitar en esta pintoresca Caverna Digital, consciente de que la pluma se asemeja cada día más a un enorme peso que cargar. Una losa sobre las cansadas espaldas. Algo, sin duda, muy distinto a lo que debería ser. Es decir, la más noble arma, quizás aún más que la espada. La prolongación del brazo de los caballeros de las Letras, que en cada palabra que escriben vierten por igual sangre y sentimientos arriesgándose en cada instante a quedar exánimes...



Acaso en lugar de ser un aprendiz de escritor no sea más que un gran cobarde.









B.R. MARTÍNEZ

martes, 1 de septiembre de 2009

LA DISPERSIÓN

Aquellos que me conozcan, probablemente sepan que ese es mi mayor defecto. La dispersión. El tener durante el día y la noche la mente en funcionamiento, en busca de nuevas ideas y descabellados proyectos. Y casi nunca llevarlos a buen puerto. Desde luego, no es algo que me haga especial, ni superior, ni inferior a los mortales corrientes (que a veces detesto, a qué negarlo). Pero reconózcolo, es un asunto que a veces me abruma.
Por ello, un día, hace ya algún tiempo, abandoné mi amada caverna digital, bendito refugio, y salí a los caminos polvorientos en busca de respuestas. Caminé muchas leguas y ávido de información, como no podía ser de otra manera, interrogué a todos cuantos me salieron al paso. Así...visité pueblos montes y valles hasta que una de esas largas jornadas de marcha, ya cercano el ocaso del sol, arribé a una pequeña, hermosa y escondida aldea.
Allí vivía un anciano maestro, que ante mi ya desesperada situación prometió ayudarme. Y así fue. Al amanecer me condujo, con paso lento pero venerable, hasta un monte cercano. Según me relató el anciano, en él exitía un viejo templo donde, con total seguridad, encontraría las respuestas necesarias.
Osado como pocas veces lo he sido, le agradeci enormemente su ayuda y penetré en el santuario. Al cerrarse la pesada puerta a mis espaldas...la oscuridad me envolvió. Pero resuelto a conseguir por una vez mis propósitos avancé sin vacilar.
Arribado al ábside de la construcción, sucedió algo inesperado. Por obra de algún sortilegio o fuerza desconocida, una repentina y potente luz inundó el lugar. Y allí me vi...frente a un espejo que, naturalmente, reflejaba mi desencajado rostro...


B.R. MARTÍNEZ




lunes, 31 de agosto de 2009

Bienvenida

Han llegado a la Caverna digital. Sean por ello Bienvenidos. Si desean penetrar en ella, atisbar en sus entrañas mitad oscuras y mitad rebosantes de luz, podran leer y tal vez escuchar pequeñas reflexiones y sentimientos de un loco barbudo que, a pesar de todo, no ha perdido la capacidad de soñar...y de maravillarse con los prodigios que nos brinda el extraño mundo que nos rodea. Nada más...




B.R. MARTÍNEZ